6/12/2008

Cine de Poesia 4



Mishima: una vida en cuatro capítulos (Mishima: a life in four chapters)

El 25 de noviembre del 2005 se cumplieron 35 años de la muerte del autor japonés Kimitake Hiraoka (quien acogiera desde 1941 el pseudónimo de Yukio Mishima), uno de los más importantes creadores literarios del siglo XX. El conocimiento de su genial obra se popularizó tras haber terminado con su vida frente a las cámaras de televisión, a través del ritual sepukku, luego de fracasar en el intento de sublevación militar que él mismo dirigiera con varios de los miembros de la Sociedad del Escudo. Para conmemorar esta efeméride seleccionamos la película biográfica, Mishima: una vida en cuatro capítulos (1985) del director Paul Schrader (Michigan, EE.UU. 1946).

La reveladora obra escrita de Mishima, nos da buena cuenta de los abismos interiores que le acompañaron en sus 45 años de tránsito por la vida; en ella hay asombro, magia, transparencia, dolor, eroticidad, añoranzas, disciplina, y una constante y creciente fuerza. Pero no sólo se dedicó a la escritura, también fue funcionario oficial del Ministerio de Defensa, cineasta, actor y organizador de la Sociedad del Escudo (en la cual concentró toda su atención al final de sus días para restaurar el “orden imperial” en su territorio natal).

Su accionar fue contra la corriente tanto a nivel familiar como social. No concilió con las “bondades” del desarrollo promovidas por el mundo capitalista ni tampoco estuvo de acuerdo con el intento de apropiación de los medios de producción por la clase obrera en los países socialistas. Sólo el espíritu japonés tradicional – por el que se jugó la vida – fue su gran preocupación ideológico-política.

Su obra literaria estuvo compuesta por novela, teatro, cuento, crítica, ensayo, poesía y guiones cinematográficos. De ella resaltamos: El rumor del Oleaje, El pabellón de oro, Confesiones de una máscara, La casa de Kyoko, El marinero que perdió la gracia del mar, y su tetralogía El mar de la fertilidad, compuesta por los tomos: Nieve de primavera, Caballos desbocados, El templo del alba y La corrupción de un ángel.

Por su parte, Paul Schrader, nacido en EE.UU. en el seno de una familia holandesa, comenzó a interesarse por el cine, especialmente por el nuevo cine europeo, desde sus primeros estudios. Luego asistió al American Film Institute donde trabajó como historiador. Más adelante incursionó en la crítica y empezó una prolífica carrera como guionista (Yakuza, Taxi Driver, La última tentación de cristo, entre otros). Ya como director, ha realizado destacados trabajos, tales como El beso de la pantera (1982), El placer de los extraños (1990), Aflicción (1997), Desenfocado (2002), El exorcista: el comienzo (2004).
La muerte como una expresión estética de lo heroico


“La vida humana es breve, pero yo querría vivir siempre”

(Nota dejada por Mishima en su casa el día de su muerte)


El director Paul Schrader explora con seriedad temática y rigurosidad histórica, varias de las facetas desarrolladas por el polémico Yukio Mishima. La intención inicial era hacer un filme biográfico – lo cual no supone un trabajo documental –, en el cual se aprovecharan los elementos de la expresión cinematográfica para recrear algunos aspectos de las metáforas presentes en la obra del autor japonés. Tras avanzar en la construcción del proyecto, los creadores se decidieron a involucrarse directamente con algunas de las obras literarias de Mishima para presentarlas, con fineza teatral, como eventos integrados a la propia vida del escritor. Además, escogieron cuatro preocupaciones conceptuales que fueron el fundamento de la construcción vital realizada por el autor nipón: belleza, arte, acción y armonía de la pluma y la espada. Con éste interesante esquema, resultaba más fácil y ordenado, el intento de reconstruir una vida tan compleja en un registro audiovisual.

La película abre con una panorámica de unas montañas, sobre las que se cuela una intensa luz rojiza. En el mismo plano fijo aparecen los créditos con un fondo musical de Philip Glass. Esa luz enceguecedora es el preámbulo idóneo para adentrarse en la narración por capítulos de la vertiginosa vida de Mishima, que fue un destello de lucidez en medio del caos de la posguerra.


Capítulo 1: Belleza

Cuatro planos de igual duración concentran la atención en las agradables formas exteriores que engalanan el antejardín de la casa donde el 25 de noviembre de 1970, Mishima se prepara desde las primeras horas para su “gran” aparición en la guarnición militar hacia el mediodía. Los siguientes cuadros recorren el interior de la casa, exaltando el delicado ritual que supone vestirse con las prendas militares. La reiterativa música de Glass va aumentando su intensidad, como presagio de nuevos aires. El narrador nos hace la ubicación espacio-temporal, y enseguida, un flashback nos lleva a la niñez de Mishima, quien contempla a través de una ventana, situaciones que le llevan a suponer la imposibilidad de poder hacer algo para cambiar el mundo. Desde su temprana infancia, transcurrida al lado de la abuela, fue estableciendo una singular forma de relación con el entorno. En principio se creía como una “planta frágil”, pero luego de fortalecer el intelecto y descubrir que la belleza era una posibilidad realizable, su carácter se fue fortaleciendo, al punto de llegar a asumir posiciones radicales como ejecutar su propia muerte. Desde su primeros escritos, Mishima fue consciente de que las palabras no pueden cambiar el mundo, y además, de que el mundo no necesita palabras.

Esta primera parte del filme se relaciona directamente con la obra El pabellón de oro (1956). La referencia a dicho trabajo escrito se realiza de forma teatral, en un escenario creado en estudio. En la representación, vemos a un joven tartamudo que no puede liberar su pulsión sexual, su ansia de encuentro con la carne, su deseo de posesión de la belleza; quien, ante dicha frustración, prefiere terminar con el objeto idealizado que le perturbaba su inmadura emocionalidad. El incendio del Pabellón de oro – arquetipo de la belleza, tal como lo asume el monje – responde a esa sensación de vacío generada tras el intento de objetivar un concepto que rebasa los límites lingüísticos. La belleza presente en las formas arquitectónicas no conoce el valor de la ausencia que le hace un llamado para conferirle sentido. “¡La belleza estaba estructurada de nada!” Y esa vida mágico-espiritual perpetuada en la carne del Pabellón de oro, estaba muy distante de cualquier reduccionismo emocional.

Toda esta metáfora de acercamiento a la belleza es vinculada con la experiencia que vivió Mishima frente al San Sebastián de Guido Reni en su despertar sexual, cuando la fuerza del trabajo pictórico le supuso una intensa vivencia erótica. Como una fuga hacia el futuro para corroborar que “sólo el conocimiento convierte lo insoportable de la vida en un arma”. Ese acercamiento y conocimiento de la belleza fue el norte para ir a buscarla en carne propia.



Capítulo 2: Arte

El nuevo capítulo, tiene como inspiración literaria, La casa de Kyoto (1959). En éste se nos informa, cómo luego de terminar la guerra, Mishima se decide por ser escritor, es decir, “un kamikaze de la belleza”, según sus propias palabras.

El Mishima adolescente, de cuerpo frágil, no logra el ingreso al ejército. En adelante, madura su concepción de la belleza y entiende que el arte es la mejor posibilidad para juntar vida y obra en una totalidad trascendente (en éste caso, la aprehensión de la belleza). Ahora, es cuando surge una obsesión por el cultivo del cuerpo, para que en él pueda desarrollarse y fortalecerse la belleza. El trabajo anterior con la palabra, lo había separado del cuerpo, y era preciso volver a integrarlos en una nueva experiencia artística. Mishima había aprendido de los griegos que hacer una obra bella es ser bello, preocuparse por la belleza. Por lo tanto, dedicó 15 años de su vida a delinear su forma corpórea.

El San Sebastián de Reni, es convertido en el modelo de belleza y a la vez de sufrimiento, pues el camino de la creación y del cuidado del cuerpo, supone profundos desgarramientos. De ahí el interés que mantiene Mishima a lo largo de su obra por la sangre y por la muerte, como una especie de culminación ritual que lleva a la liberación del individuo. La muerte o el suicidio “sólo tendrán sentido cuando el cuerpo haya alcanzado el mayor punto de la belleza”, cuando ya no necesite un espejo para confirmar la existencia, cuando la belleza presente en la carne sea puro goce vital destinada a morir para lograr la plenitud. La decisión del hombre por ser bello, es el deseo de morir.

Capítulo 3: Acción

En este capítulo se trabaja a partir de la obra Caballos desbocados (1969). Hay una concentración en el concepto de acción que desarrolló Mishima; esa fue, quizás, su idea mejor expuesta a nivel filosófico-metafísico.

La acción es pensada como “la actividad física combativa orientada hacia un objetivo”. Actividad que tiene su expresión y efecto en un instante. “La acción tiene el misterioso poder de compendiar una larga vida en la explosión de un fuego de artificio”. El instante de la acción es el momento más auténtico de la vida humana, aquel, en que el individuo se trasciende a sí mismo para experimentar la plenitud de la existencia.

Mishima retorna la mirada hacia el pasado imperial del Japón y la disposición heroica que mantenían los samuráis. La política del samurai es el combate. Y esa ruta es la que pretende seguir Mishima con la creación de la Sociedad del Escudo, un ejército espiritual de cien hombres, dedicado a rescatar la pureza de la tradición japonesa para combatir la corrupción impuesta por los saqueadores capitalistas después de 1945. En el discurso pronunciado antes de su muerte, se traslucen los intereses de dicha sociedad: “Vemos al Japón emborrachándose de prosperidad y hundiéndose en un vacío del espíritu (...) Vamos a devolverle su imagen y a morir haciéndolo”. Todos los miembros de la sociedad estaban dispuestos a actuar cuando les llegara el día del cambio, el fuego instantáneo de la acción. Mientras tanto, seguirían a la espera “en posición de firmes”.

Podría decirse que el concepto de acción recogió la mayoría de las preocupaciones de Mishima (belleza, arte, cuerpo, recuperación de la tradición) por medio de la Sociedad del Escudo. Fue siguiendo los principios de ésta, que preparó y realizó su muerte, aunque ella no sirviera sino como un llamado de atención para una sociedad que ha perdido su rumbo y olvidado sus ancestros.



Capítulo 4: Armonía de la pluma y la espada

El amplio conocimiento de la cultura occidental que tuviera Mishima, le permitió establecer estudios comparativos con su tradición oriental. Una de las relaciones dialécticas que más le preocupó fue la generada entre espíritu y cuerpo, los cuales pretendía integrar por medio de la acción. Para ello, retomó la tradición de los samuráis, quienes habían seguido el bumburyodo (el camino de la pluma y de la espada) – algo parecido al “mente sana en cuerpo sano” del mundo occidental –. Ésta vivencia suponía recuperar el camino de los héroes; el cultivo del espíritu con la escritura y del cuerpo con la gimnasia y las artes marciales. La unidad que, según Mishima, nunca debería alejarse de los proyectos político-sociales que emprendieran sus compatriotas.

Según la tradición Zen, en el tiro con arco lo importante no es dar en el blanco. Lo verdaderamente importante es convertirse en la flecha y desechar la posibilidad de una meta. Convertirse en la flecha es el principio de la acción – lo que intenta Mishima en sus últimos años: el afianzamiento de la espada pero sin olvidar la escritura (la pluma) –. Cuando ya no importa la meta, tampoco importa la vida. Al parecer, Mishima asumió totalmente aquella visión, pues en la búsqueda de algo que reconciliara el arte con la acción, descubrió que eso era posible sólo a través de un principio superior: la muerte. Acogió la muerte como una expresión estética de lo heroico. Sin embargo, había asegurado que quería vivir siempre. ¿Su muerte, entonces, fue producto de un fracaso o la puesta en marcha hasta sus últimas consecuencias del concepto heroico de acción? La muerte ante la impotencia de alcanzar su objetivo, pudo ser la mejor forma de reafirmar que, realmente, “quería vivir”.

Al final, antes de realizar el sepukku, Mishima hace un llamado para la integración de la tradición cultural japonesa, y les plantea a los soldados que lo escuchan, una pregunta que sigue siendo vigente: “¿Qué harán cuando sean un gran arsenal sin alma?”.



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