7/22/2009

La vocación de transparencia en la obra de Ken Loach


Una de las obras cinematográficas más coherente y con mayor nivel de crítica a la sociedad capitalista, es la desarrollada por el británico Ken Loach (Nuneaton, Warwickshire, Inglaterra, 1936) durante los últimos cuarenta años. Loach nació y creció en el seno de una familia obrera de la provincia del Reino Unido – su padre fue un obrero comprometido con las causas sindicales, lo cual le despertó una gran sensibilidad por el análisis de las problemáticas de éstos sectores –. Realizó estudios de Derecho, pero estuvo más interesado por el teatro en sus años de universitario, de tal forma, que al salir de la academia, empezó a trabajar como asistente de dirección teatral. Luego se vinculó a la televisión (que parecía ser el espacio apropiado para desarrollar sus intereses creativos), y rápidamente, empezó a renovar los esquemas de producción, proponiendo y llevando a cabo notorias variaciones en los procesos de rodaje, a la manera de lo que proponían los directores de la Nouvelle Vague. Este primer acercamiento al mundo audiovisual, lo llevó a buscar en el cine la posibilidad para un mayor desarrollo estético, y fue así como alternó durante varios años, las prácticas televisiva y cinematográfica.
Su primer trabajo de largometraje en cine, Poor Cow (1967), fue elogiado por Tony Richardson (uno de los “jóvenes airados” del Free cinema) aunque a Loach no lo dejó muy satisfecho. Sin embargo, esa manifestación de apoyo le brindó la oportunidad de acercarse a Richardson (quien le produjo Kes (1969), su segundo largometraje) y a otros miembros del Free cinema, que por esos años, ya eran bastante reconocidos. Posteriormente, con Tony Garnett y Mac Taggart, crearon una productora independiente llamada Kestrel. A partir de The Big Flame (1969), su tercera película para TV, entró de lleno en la creación de filmes con una perspectiva abiertamente política, proponiendo cómo se deberían transformar las relaciones sociales. Su tercera película en cine fue Family life (1971), en ella realiza un análisis de la “política familiar” y, aunque critica la vida interna de las familias y la posición de la psiquiatría convencional que las determina, lo más importante que logra mostrar es cómo todo aquello no es más que un reflejo de la configuración social que pretende imponerse como única. Luego hace un receso en el trabajo con la televisión, aduciendo entendibles razones de coherencia ideológica. Retorna al cine con Black Jack (1979), inusual película en la filmografía de Loach, la cual realiza, animado, principalmente, por el deseo de contar, dejando que la imaginación fluya libremente. Luego rueda Looks and Smiles (1981), que trata sobre las historias de un joven que repetidamente fracasa en su intento de conseguir trabajo. Es una mirada crítica de una sociedad convulsa que mantiene las puertas cerradas a los marginales. Posteriormente, se dedica por un largo periodo a la realización de documentales y regresa a la televisión en el área de publicidad. En la década del noventa retoma su trabajo fílmico y empieza su época más prolífica y de mayor reconocimiento internacional. Su película Agenda oculta (1990), le sirve para develar las truculentas acciones de engaño y corrupción que se esconden tras un gobierno aparentemente democrático (como el inglés), que dice preocuparse por la defensa de los derechos humanos. Su siguiente trabajo es riff-raff (1991), el cual, desde su mismo título ya es provocador – riff-raff es una expresión popular inglesa que quiere decir ralea o gentuza –. Loach escoge dicho término para manifestar la condena a que son sometidos los sectores populares por la clase dominante. Por otra parte, busca hacer notar los diversos acentos de los obreros. Pero la película va más allá, pues muestra, además, que ese grupo de trabajadores, desafortunadamente, no posee conciencia de clase, excepto Larry (el protagonista), quien es el único que reconoce la condición de sumisión en que se encuentran y se la hace notar a sus compañeros. Posteriormente realiza, Lloviendo piedras (1993). En ésta, la fortaleza narrativa es notoria, manteniendo un fuerte dramatismo a lo largo de todo el filme. La creencia religiosa, afianzada hasta la médula, logra hacerle crear a Bob (el padre de la niña que va a realizar la “primera comunión”) una fuerte línea de principios morales que se obstina en cumplir sin importarle las consecuencias. Finalmente, el protagonista vence, más por la creencia en sí mismo que por su fe religiosa. Luego dirige Ladybird, Ladybird (1994), la cual se basa en un caso real de una mujer que pierde la custodia de sus hijos, para mostrarnos cómo la realidad alcanza ribetes de ficción. El fundamento que sostiene es que al recrear la realidad a través de la ficción, resulta haciéndola verosímil (una forma alternativa de llegar al conocimiento por medio de la emoción). De nuevo en este filme vemos cómo el individuo se enfrenta a la sociedad organizada. La película siguiente, Tierra y Libertad (1995), trata sobre la guerra de 1936 en España. Aquí la problemática varía y adquiere una dimensión más amplia, pues los protagonistas son personas que luchan por ideales de alcance internacional, por la liberación de un pueblo. La lectura desde el presente que hace Loach (al presentar los hechos como un recuerdo de alguien ubicado en los años noventa), es para reivindicar que “hay que luchar por la memoria y contra el olvido”. La canción de Carla (1996), es el trabajo posterior. En éste, la invitación se dirige hacia la construcción de un nuevo internacionalismo, que conduzca a derrumbar las distancias entre todas las luchas populares que ocurren en el mundo, puesto que todas confluyen en la necesidad de derrumbar unas prácticas político-militares que intimidan y torturan a quienes se atreven a denunciarlas. Por eso ubica la historia en la guerra revolucionaria nicaragüense de finales de los setenta. En 1998 dirige Mi nombre es Joe, con la cual vuelve a las temáticas de personajes conflictivos, en esta ocasión, se trata de Joe, un alcohólico que intenta salir de su problema. Ante la intención de redimirse, aparece una mujer (insertada en el sistema) que pretende ayudarlo con sus “buenos propósitos”. Finalmente, lo que de nuevo queda al desnudo, es la inconsistencia de un Estado de Bienestar que genera las exclusiones sociales y después trata de ocultarlo con cierta cuota de asistencialismo.
En este corto recuento de la filmografía de Loach dejaremos a un lado los trabajos realizados a partir del año 2000 – Pan y rosas (2000), La cuadrilla (2001), 11 de septiembre (2002), Felices dieciséis (2004) y Sólo un beso (2004) – para concentrarnos más adelante, en su más reciente obra: El viento que agita la cebada (2006).
Tal como lo anota Luciano De Giusti, y como podemos observar a través de esta breve semblanza, la obra de Ken Loach se caracteriza principalmente por su vocación de transparencia. En ella encontramos un estilo simple, esencial (en el sentido de reproducir la realidad para revelar sus conflictos) y riguroso. Deja de lado el protagonismo de la cámara, buscando que toda manifestación que pueda ser artificiosa, resulte innecesaria. Muy pocas veces utiliza el travelling, pero no por eso deja de tener un estilo digno, con pocos recursos.
El cine tal como lo desarrolla Loach es apenas un medio; un instrumento para contar historias y fragmentos de existencias mediante su reproducción y recreación. En este cine, que posee una poética conformada a partir de las raíces obreras del director, el primer plano es para los hechos, pues son éstos los que deben hablar.
Para hacernos más a la idea de cómo concibe Ken Loach su práctica artística, trascribimos un aparte de la gran entrevista que le hizo Graham Fuller: “Para realizar un film, éste tiene que emocionarte tanto por su contenido temático como estético. Lo importante es siempre lo mismo: encontrar al hombre en la situación que sea, encontrar los momentos de resistencia, y los momentos de duda, y los momentos en los que hay que asumir responsabilidades, y extraer de todos ellos su cualidad dramática y su tensión. Creo que el cine actual toca muchas situaciones que son profundas e importantes, pero a menudo las reduce en aras de la creación de un estilo cinematográfico efectivo. Supongo que ahora el reto es olvidarse de todo eso y decir: veamos, ¿en qué se parecen los hombres que ven la película y los hombres que la protagonizan?”.
El viento que agita la cebada: una lucha por la memoria y contra el olvido
En El viento que agita la cebada, de nuevo, Ken Loach dirige la mirada hacia procesos históricos de resistencia y de lucha por la defensa del territorio. La acción se ubica en Irlanda durante el año de 1.920, cuando un grupo de nativos se rebelan y confrontan a los Black and Tans (tropas británicas comisionadas para reprimir cualquier intento independentista de los irlandeses). Los revolucionarios hacían parte del Partido Republicano Irlandés, que había firmado un manifiesto independentista en 1.919, jurando luchar por defender su territorio y expulsar a los invasores. Sin embargo, a medida que avanza la lucha, entre los miembros del partido se generan dos corrientes: una que veía la necesidad de tranzar acuerdos con los terratenientes para que éstos les ayudaran a comprar armas, y otra que pretendía iniciar la transformación político-social, cambiando las relaciones de poder desde su propio grupo, por lo tanto, concebían la confrontación como una práctica más heroica.
Pero antes que tratar de reconstruir los hechos con rigurosidad histórica, lo que busca Loach es mostrar las tensiones y diversos conflictos en que se vieron envueltos algunos militantes revolucionarios, a pesar de tener propósitos comunes. En el centro de la historia está el caso de los hermanos Damien y Teddy O’Donnovan, quienes se enfrentan hasta que Damien llega a aceptar la muerte por defender su particular forma de ejercer los mecanismos de lucha. Aunque parezca absurdo, los niveles de radicalidad y convencimiento ideológico, llevan a los hermanos O’Donnovan a sobrepasar los vínculos de consanguinidad para afianzar la creencia en sus discursos. Es algo similar a lo que ha sucedido en diversas épocas y en distintos escenarios cuando entre los mismos grupos rebeldes, se han desatado feroces disputas que han llevado a la fragmentación de los movimientos, lo cual ha favorecido a los regímenes opresores que, por el contrario, sí se han mantenido muy unidos. Asimismo, Loach nos confirma que muchos procesos de resistencia han sido frustrados por los mismos luchadores, debido a la inseguridad, inconsciencia y falta de claridad en las intenciones revolucionarias que los unen. En una de las secuencias finales, cuando Damien le escribe la carta de despedida a su amada Sinead, reflexiona acerca de la práctica revolucionaria que lo condujo, de la siguiente manera: “Es fácil saber contra lo que uno lucha; pero es un honor saber qué es lo que uno busca”. En efecto, los militantes republicanos del filme, parecen no tener muy clara la ruta por seguir para alcanzar sus propósitos. Damien acepta la muerte, en parte, como un acto de impotencia y frustración, y manifestando cierta equivocación en su proceso. Otro conflicto grave que tuvo que enfrentar Damien (desde su condición de médico), fue el tener que convertirse en asesino de uno de sus propios paisanos que los había traicionado. El juramento hipocrático a favor de la vida, debió desconocerlo para sustentar la coherencia política.
Loach, preocupado como ha estado por las confrontaciones entre los grupos de izquierda, revive las diferencias entre los conceptos de libertad y liberación. Insinúa que todo revolucionario, ante todo, debe revolucionarse a sí mismo, y que más efectivas que las guerras de liberación, pueden resultar las acciones libertarias, las cuales deben partir desde lo individual para que encuentren proyección y trascendencia en los otros.
También pone de manifiesto cómo, en muchas ocasiones, algunos dirigentes de los movimientos, engañan a las bases negociando acuerdos con temas diferentes a los que habían jurado defender. Es el caso del sector comandado por Teddy, que firma en secreto con los británicos una tregua y el despeje militar del territorio irlandés, aunque administrativamente acepta seguir perteneciendo a la Corona británica.
El filme pretende sacar del olvido las acciones heroicas de los pueblos que han luchado por su independencia. Además, nos recuerda que “hoy se puede observar mejor que antes la división de una sociedad en dos clases con intereses irreconciliables, y cómo una de ellas sobrevive a expensas de la otra”. Los procesos de colonización se han expandido hacia el terreno de lo mental, justamente, con el ánimo de que olvidemos y repitamos la historia. Para Loach es muy claro que en su cine “el contenido político se refleja a través de la forma estética”. Por ese motivo, no descuida la presencia poética, sino que la inserta con sutileza y sencillez. El nombre mismo de la película es tomado de antiguos cantos de resistencia irlandesa, alguno de los cuales es entonado en el filme por la madre que ha visto cómo el enemigo asesinó a su hijo. Es una secuencia conmovedora, con rigurosidad y profundidad dramática, pues la canción, al mismo tiempo que expresa el fuerte dolor, sirve para animar a los combatientes que siguen en pie. En otra ocasión, cuando Damien se encuentra en la cárcel, dialogando con otro prisionero, hay un inserto muy oportuno con una cita del poeta William Blake: “Entonces, vislumbré, en el jardín del amor, un sacerdote de negro, que andaba por allí y rezaba por mis deseos y alegrías, con rosas”.

En cuanto al estilo, Loach mantiene el objetivo de “reducir todo a su esencia para trabajar del modo más directo, sencillo y económico”. El montaje no es artificioso y la imagen es cuidadosa en la expresión del realismo y la verosimilitud. La narración es lineal y sin mayores complejidades.

En fin, El viento que agita la cebada, es una obra bien concebida y desarrollada, lo cual le valió el reconocimiento con la Palma de oro en Cannes 2006.


Imágenes, del director y del filme, tomadas de la red.