1/24/2019

Hasta siempre Jonas Mekas


Por cuarta ocasión me sorprende la muerte de un director de cine, justo cuando estaba adelantando un trabajo sobre su obra. Ya me había sucedido con Angelopoulos, Jancsó y Farocki. Ahora tengo que despedirme de Jonas Mekas, quien se alejó de este escenario el pasado 23 de enero, a los 96 años. En el 2018 comencé un ensayo sobre la crítica cinematográfica teniendo como referente principal la obra del autor Lituano-Estadounidense, Jonas Mekas. Este ensayo quedó sin terminar, pues el evento para el que estaba destinado fue pospuesto. Sin embargo, ante la realidad de la partida de este gran director, crítico y poeta cinematográfico, voy a tomar algunos apuntes de ese trabajo para recordarlo y mantener viva su memoria en este blog. Y puesto que el texto fue escrito cuando el director aún estaba vivo (aunque lo sigue estando por medio de su obra) prefiero dejar ese tono de presente perpetuo y quedarme en el tiempo previo, en el último año de su vida.

Jonas Mekas: el crítico como artista

Jonas Mekas es, sin duda, uno de los más importantes directores del cine experimental norteamericano. Nacido en Lituania en 1922, pocos años después de que su país hubiera recobrado la independencia tras haber estado bajo la ocupación alemana durante la Primera Guerra Mundial, tuvo que vivir múltiples exilios antes de llegar a afincarse definitivamente en Nueva York hacia 1949. Hoy, a sus 95 años, se ratifica en que su destino ha estado marcado por la errancia y el desarraigo; fue desplazado primero por los rusos, luego por los alemanes y más adelante por la mecanización del trabajo en los Estados Unidos. El socialismo y el capitalismo no lo incluyeron dentro de sus universos; ambos resultaron ser entornos restrictivos para su espíritu libre. Como en el viaje mítico de Ulises, Mekas siempre anhela el regreso a su Ítaca, su Lituania de la infancia, donde la lectura lo sorprendió tan temprano como para transformarle el mundo pastoril en una plataforma abierta, en la que todas las narrativas eran bienvenidas. Esto quedó corroborado en su temprana vocación por la divulgación cultural al lado de su hermano Adolfas, con quien desde muy joven, empezó a gestar proyectos relacionados con el teatro, las publicaciones y la creación de bibliotecas.
Luego de haber estado un significativo lapso en un campo de trabajo forzado de los nazis en la Segunda Guerra Mundial y alrededor de cinco años en campos de refugiados, logró evadir esos ambientes de confinación y fue trasladado a los Estados Unidos por la Organización de Refugiados de las Naciones Unidas. Sin tener un norte definido, llegó más bien de manera accidental a Nueva York,  el 29 de octubre de 1949. Luego del final de la guerra, esta ciudad se había convertido en un hervidero cultural, en gran parte, impulsado por la cantidad de exiliados europeos que habían llegado al país norteamericano, trayendo un acumulado de experiencias renovadoras que habían empezado a germinar con las primeras vanguardias artísticas de los años veinte. Nada más propicio para el inquieto Mekas que este  ambiente cargado de posibilidades para reemprender nuevos proyectos. A los diez días de su llegada, ya había ido a ver la muestra de Van Gogh que tenía lugar en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Según anota en su Diario, la visita a esta exposición le sirvió para revivir, después de diez penosos y extraños días.
Cinco meses después, ya había visto filmes vanguardistas de Germaine Dulac, René Clair, Fernad Leger, entre otros; de esta manera, su camino en la vertiente experimental empezaba a tomar rumbo, y su pasión por conocer las variaciones del arte mundial, encontraba un lugar apropiado para realizarla. A los siete meses de estar en la metrópoli, obtuvo dinero prestado para comprar su primera cámara (una Bolex de 16 mm) y tras conseguir rollos usados, se lanzó a filmar en la calle, como siempre ha preferido hacerlo. Desde ese momento empezaría a interactuar con cineastas vanguardistas como Hans Richter y también llegaría a conocer al gran documentalista Robert Flaherty.
Podría pensarse que al encontrar un lugar dónde radicarse, Mekas habría terminado con su exilio, sin embargo, él siempre ha tenido muy claro que el exilio no acaba con el hecho físico de llegar a algún lugar, sino que encuentra nuevas dimensiones de abordaje, en su caso, desde la posibilidad creativa y también por medio de la escritura de su Diario. La palabra surge, entonces, como aquello que nos salva del no lugar y nos proyecta más allá de todas las fronteras. Esto coincide también con la opción que hace Mekas por la crítica, más aún, por la necesidad de dar cuenta de lo que estaba pasando en ese mundo cinematográfico subterráneo del que nadie comentaba.
Aunque a Mekas se lo ha exaltado usualmente como director, poeta y artista, en pocas ocasiones se le ha reconocido su importancia como crítico y promotor del cine experimental norteamericano a través de su columna “Diario de cine”, publicada en el periódico Village Voice desde 1958, y también como cofundador en 1954, junto con su hermano Adolfas, de la emblemática revista Film Culture, que tuvo su existencia hasta 1996 y por la que pasaron importantes plumas como Rudolf Arheim, Peter Bogdanovicch, Manny Farber y Annette Michelson.

(...)

Hasta aquí la introducción del ensayo que comparto por ahora, a manera de homenaje póstumo. 


Para cerrar esta entrada me quedo con la apuesta de Mekas por la Dignidad Humana, pues él siempre consideró que las formas de gobierno que le tocó conocer (capitalista o comunista) son las responsables indistintas de la guerra, del desastre que significa matarse entre hermanos. Por eso prefirió alinearse con la desobediencia civil de Thoreau, con la apuesta estética, ética e individual de la Generación Beat, y con cierta tendencia existencialista. Cada vez que pudo se declaró en contra de las profesiones liberales, del militarismo y a favor de la causa Palestina. Supo asumir su vida al margen, su condición de paria, de errante, de poeta que no hacía concesiones con las posturas inauténticas. Pensándolo a la luz de su historia de vida, no halló mucha diferencia entre el confinamiento en un campo de prisioneros y el trabajo a destajo en la multifacética Nueva York. 
Por eso considero valioso mantener vivo su tono crítico como el que expuso en el poema crítico de las celebraciones de los 100 años del cine:


Manifiesto anti 100 años del cine – 1997
Por Jonas Mekas

En tiempos de lo enorme, de lo espectacular, 
de producciones cinematográficas de cien millones,
quiero hablar por los pequeños actos invisibles del espíritu humano, 
tan sutiles, tan pequeños que mueren apenas se los expone a los reflectores.
Quiero celebrar las pequeñas formas del cine, las formas líricas, 
el poema, la acuarela, el estudio, el boceto, la tarjeta postal, 
el arabesco, el trío y la bagatela y las pequeñas canciones en 8mm.
En tiempos en los que todos anhelan el éxito y quieren vender, 
yo quiero celebrar a aquellos que aceptan el fracaso social cotidiano 
para buscar lo invisible, lo personal, 
las cosas que no dan ni dinero ni pan 
y que no hacen la historia contemporánea, 
ni la historia del cine, ni ningún tipo de historia.
Estoy a favor del arte 
que hacemos los unos para los otros como amigos
y que hacemos para nosotros mismos.
Estoy parado en medio de la autopista de la información y me río
porque una mariposa sobre una pequeña flor 
en algún lugar, en algún lugar, acaba de agitar sus alas 
y yo sé que todo el curso de la historia 
cambiará drásticamente debido a ese aleteo
una cámara de 8 milímetros acaba de hacer un zumbido
en alguna parte del Lower East Side en Nueva York 
y el mundo no volverá a ser el mismo
la verdadera historia del cine es la historia invisible
una historia de amigos juntándose
haciendo aquello que aman
para nosotros el cine recién comienza
con cada nuevo zumbido del proyector
con cada nuevo zumbido de nuestras cámaras
nuestros corazones se alzan
hacia adelante, mis amigos.


Cierro con un breve fragmento de uno de sus filmes:



Imágenes tomadas de la circulación libre en la red.