5/30/2008

Cine realidad 5



Apocalypse now

Basado en el libro El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad (1857 – 1924), el director estadounidense Francis Ford Coppola (1939) construye un particular guión, que a la postre orientaría la producción de una de las películas mejor logradas en el género de guerra. La acción original en la novela de Conrad se desarrolla a finales del siglo XIX en una región de África que vive su época colonial. El texto nos cuenta cómo Charlie Marlow se adentra en un monumental río para buscar a Kurtz (un agente colonial que ahora vive con los nativos).

Por su parte, Coppola ubica la historia en el siglo XX en una región asiática, haciendo la transposición hacia un hecho histórico: la invasión de EE.UU. a Vietnam. El reto que asumía Coppola tratando de llevar a cabo este nuevo filme era de una gran complejidad, ya que venía precedido de un notable éxito en dos de sus producciones anteriores: las dos primeras partes de El padrino (1972–1974), y el proyecto como tal parecía inviable ante los ojos de varios productores. Sin embargo, su fervor y disciplina se impusieron para sortear las innumerables dificultades que le supuso el rodaje de Apocalypse now. Finalmente, logró montar una primera película que fue estrenada en 1979, la cual, posteriormente fue reeditada en 2001, aumentando el metraje en una hora.

Las propias palabras del director en el documental Hearts of Darkness: A Filmmakers Apocalypse nos confirman las dificultades en el proceso de producción del filme: “Ser director de cine es uno de los pocos puestos verdaderamente dictatoriales que quedan en este mundo, que se va haciendo cada vez más democrático. Eso, sumado al hecho de que estaba en un lejano país oriental, de que era mi dinero y de que estaba haciendo la película en la cresta de la popularidad que me habían dado las dos películas de El padrino, contribuyó a que llegara a un estado mental similar al de Kurtz”.

La guerra: el corazón de las tinieblas

Pasajeros entre palabras fugaces:
Vosotros teneís espadas, nosotros sangre,
Vosotros tenéis acero y fuego, nosotros carne,
Vosotros tenéis otro tanque, nosotros piedras,
Vosotros tenéis gases lacrimógenos, nosotros lluvia,
Pero el cielo y el aire
Son los mismos para todos

(Mahmud Darwish – Pasajeros entre palabras fugaces)



El Capitán Benjamín Willard (Martin Sheen) es comisionado por los altos mandos del ejército norteamericano que están al frente de una operación militar en la región oriental de Vietnam para que encuentre y asesine al Coronel Walter Kurtz (Marlon Brando) quien, años atrás, estuvo al frente de las tropas estadounidenses en dicha confrontación y que ahora ha tomado una particular forma de procedimiento, apartándose de los lineamientos generales que intenta mantener el gobierno americano y convirtiéndose en el líder de la tribu Montagnard de Camboya.

Transcurre la segunda mitad de la década del sesenta. Willard acata la orden de sus superiores y parte hacia la exótica y peligrosa región vietnamita. Rápidamente se encuentra inmerso en una guerra en la que sus soldados poco saben del sustento político que la sostiene y más bien se preocupan por matar “amarillos”, ir de excursión por territorios agrestes y aprovechar las bondades geográficas para satisfacer sus gustos personales (como el Teniente Coronel Bill Kilgore (Robert Duvall), sanguinario y cruel en su acción militar pero empecinado en lograr una práctica de surf en medio de la avasallante cotidianidad de guerra, y quien, además, utiliza la música de Wagner como impulso inspirador y como fondo que acompaña y por momentos varía el rutinario sonido de helicópteros cañones y morteros).

Tras este acercamiento directo, Willard logra captar una pequeña embarcación de su ejército bajo el mando de un severo comandante para que lo encamine hacia el encuentro con quien es la razón de su presencia en ese territorio: el Coronel Kurtz, quien poco a poco se le va convirtiendo en una obsesión. El recorrido avanza a lo largo del río Nung, en medio de constantes ataques por parte del vietcong y de búsquedas infructuosas de “Jefes al mando” en las distintas bases que encuentra de su ejército, lo cual confirma la poca comunicación, desorganización y el divertimento que parece ser la confrontación para los estadounidenses.

Finalmente, tras sortear el último escollo en poder americano (un puente que a diario reconstruyen y que por la noche es derribado por los vietnamitas), Willard se encuentra de cara al anhelado y mágico misterio esperado pacientemente: “el reino de las cabezas huecas”, como lo sugiere el ritual que realiza Kurtz y sus acompañantes. Ahora es cuando Willard logra entender la extraña sincronía que ha creado Kurtz, en la que se unen ritual, magia, poesía, sangre, naturaleza, poder y profunda espiritualidad. Las extrañas sensaciones que ahora experimenta Willard lo llevan a ejecutar su misión, pero de forma opuesta a la que le habían señalado.


La propuesta del director Coppola apunta a establecer una ética de la guerra, tratando de desmantelar las mentiras que la sustentan. En boca de Kurtz aparecen las reflexiones que realiza el director frente a dicho fenómeno. Momentos antes de morir Kurtz nos confirma lo que ha sido su paso por la vida: “el horror”…”el horror”. Sí, el horror de las confrontaciones bélicas, en las que nos vemos inmiscuidos cuando menos lo esperamos y en las que quienes las generan e impulsan, salen fortalecidos y mejor posicionados en la dinámica global. Es el caso de Willard, sumido en el patológico desdén que le han generado anteriores acciones militares y que ahora, nuevamente, es obligado a cumplir una difícil misión en medio de una feroz guerra y contra un extraño y poderoso personaje.

El contraste inicial entre una pasiva región selvática y el abrasivo sonido de un helicóptero que de pronto aparece, es el mejor presagio de la tumultuosa vivencia que poco a poco irá desarrollándose en este impactante film. La tensión de ese primer momento empieza a ceder con el melodioso solo de guitarra que irrumpe y concentra la atención para que el espectador se apreste a recibir una intensa descarga de imágenes cinematográficas.

. Una serie de símbolos y contrastes acompañan el viaje al corazón de la selva – posiblemente, al centro de uno mismo –, mientras los tripulantes pierden las nociones de verdad y realidad y asumen la demencia como algo cotidiano. Sobre el escenario del absurdo, se mueven Willard y sus acompañantes. Ese absurdo que representa para los intereses del estado americano, el Coronel Kurtz: “un caracol que se arrastra sobre el filo de una navaja”. Aquí es clara la forma cómo Coppola critica al establecimiento estadounidense por su interés de exaltar la figura del “héroe americano” quien, supuestamente, tiene la facultad para incursionar en cualquier territorio ajeno. El director nos muestra las partes débiles de ese “héroe”: sus mentiras, sus bajezas, sus hipocresías.

También es impactante la forma en que utilizan la música de Wagner, como motor para impulsar una nueva incursión armada. La guerrera armonía que confronta notas, claves y silencios, se materializa ahora en la confrontación de “gringos” y “amarillos”, dejando como saldo, la ruptura de la apacible melodía selvática y silenciando la cantata de los frágiles animales.


De igual manera, llama la atención la secuencia en que muere el comandante de una embarcación norteamericana, quien con su ánimo guerrerista ordenaba disparar ante cualquier movimiento que creyeran sospechoso, aprovechando la ventaja de su avanzada tecnología, pero que viene a morir tras el impacto de una simple lanza enviada por una decidida mujer, quien alimenta el horror descontando al peligroso “blanco”.

Por otro lado, en medio de la batalla, un obsesivo Teniente Coronel (Bill Kilgore) se empeña en satisfacer su arriesgado deseo de desafiar las olas sobre una tabla de surf y obviar las cercanas explosiones que en cualquier momento pueden destruirlo. El vértigo intensifica el deseo y lleva al desborde de la razón, dejando de lado el instinto primario de conservación y poniendo a la vida como escudo de la inconsciencia.
El elemento fotográfico ayuda a profundizar la intensidad narrativa y el devenir de los personajes. Unas panorámicas que muestran la gran devastación encuentran su contrapunto en los planos cerrados de la exuberante naturaleza. Asimismo, en la parte final se trabaja muy bien el claroscuro para ir dejándonos ver poco a poco el rostro de Kurtz hasta revelárnoslo totalmente. La utilización de efectos especiales es mínima.

Y por último, Coppola nos deja con grandes interrogantes acerca de la nueva opción de vida que ha asumido Kurtz, quien ahora se extasía con el ritual de la sangre y los excesos en una suerte de profunda espiritualidad donde la poesía tiene un espacio central, mientras espera el advenimiento del reino de las “cabezas huecas”. Pareciera estar hablándonos de un extraño amor que sobrepasa la dinámica de guerra y da sentido al proceso liberador del ser humano.

Cerramos con las palabras del director en la que nos expresa su visión y compromiso frente al quehacer cinematográfico: “Hacer una película no es solo, al menos para mi, una cuestión de escribir un guión y rodarlo tal cual. Tu vida y tus experiencias durante el rodaje se convierten en elementos muy importantes, digamos que el director trabaja con algo más que el guión, el equipo técnico y los actores. Las condiciones y el estado de ánimo de todo el equipo en general y las emociones que vive cada uno a nivel personal pasan a ser elementos primarios de la película”.


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