5/22/2008

cine realidad 4


Venga y vea (Idi i Smotri)



Con el ánimo de conmemorar los 60 años del fin de la II Guerra Mundial, escogimos para reseñar en este espacio el filme soviético Ven y mira de Elem Klimov (1933 - 2003), inspirado en las memorias del escritor Alés Adamovich, quien tuvo contacto directo con la destrucción de aldeas bielorrusas por parte de los alemanes durante la invasión (1941 - 1943) ya que uno de sus hermanos mayores fue asesinado en aquella época. Dicho filme fue realizado por encargo del gobierno soviético para celebrar los 40 años del fin de la guerra en 1985. Sin duda, la película de Klimov, es una de las mejores que se han realizado sobre éste conflicto. El extremado dramatismo del suceso histórico es intensificado y llevado a otros extremos de ficción-realidad por el buen manejo de la forma cinematográfica alcanzado.

Elem Klimov nació en Stalingrado, se formó en el Instituto de Aviación de Moscú y obtuvo título en el Instituto Estatal de Cinematografía Soviético. Compartió estudios con Andrei Tarkovsky, Andrei Konchalovsky, Vasily Shukshin, y con Larisa Shepitko, quien luego sería su esposa. Fue director de la Asociación de Cinematografistas Soviéticos y jurado en el Festival de Cannes. Realizó cinco películas, pero fue Venga y vea la que lo consagró, luego de ganar el Gran Premio en el Festival de Cine de Moscú en 1985. Otros destacados trabajos de su producción son: Las aventuras de un dentista (1965), Rasputín (1977) y Un adiós (1981).



La inocencia extraviada en el laberinto de la guerra


"Vi cuando el Cordero abrió uno de los sellos, y oí a uno de los cuatro seres vivientes decir como con voz de trueno: Ven y mira" (Apocalipsis 6:1)


Hacia 1943, Fliora (Aleksei Kravchenko), un joven que ronda los catorce años, concentra sus expectativas existenciales en el ingreso al ejército de unos aldeanos bielorrusos que luchan por defender su territorio de la invasión alemana. Aunque su madre se oponga, él prefiere desprenderse de su familia e ir junto a los demás jóvenes de la región a proteger su patria. Al alejarse de su cotidianidad se encuentra de frente con el horror y el absurdo de la guerra. En medio del campo de batalla conoce a Glascha (Olga Mironova), una joven de dieciséis años, con quien entabla una fuerte amistad a partir de las acciones solidarias que la realidad les permite brindarse. A medida que la guerra se intensifica, el mundo psíquico de Fliora comienza a sufrir enormes cambios que tienen una notoria expresión externa (acelerado proceso de envejecimiento). Todos sus familiares han sido asesinados... Ahora sólo le queda luchar por sus hermanos de raza. Poco a poco, sus compañeros de batalla van cayendo mientras él logra esquivar los peligros hasta caer en manos de los nazis, quienes juntan a todos los habitantes de una aldea dentro de una bodega para luego masacrarlos. Fliora será el testigo de aquel genocidio. Al final, todo el odio contenido lo desatará descargando su fusil contra un retrato de Adolfo Hitler.






Retomando los acontecimientos históricos, el director Elem Klimov, nos propone una reflexión que va más allá del evento particular para ratificar que la espiral ascendente de la guerra no se detiene y que la crueldad presente en la condición humana es ilimitada. ¿Qué podemos decir hoy – nosotros los implacables jueces – cuando vemos en las "imágenes del mal" unas presencias tan cercanas, tan vulnerables, tan humanas, encerradas en el laberinto de la guerra? La incesante caída nos confirma que "el hombre sigue siendo lobo para el hombre"; y a la hora de encontrar culpables de la "catástrofe" en que se ha convertido la vida, ninguno puede salir exento por sus acciones u omisiones.

Como en el Apocalipsis de San Juan, Fliora es invitado a presenciar las profundidades del abismo, sólo que en éste caso, los terribles acontecimientos no son producto de una visión de lo que va a suceder sino que están allí, en el umbral, y él, sin darse cuenta, ya lo ha traspasado y se ha sumergido en el horror. La mirada de asombro que se hace constante en el joven Fliora lo dice todo... Nuestro intento de traducirla será una aproximación subjetiva, que de ninguna manera alcanzará a comunicar más de lo que la expresión misma dice.

La película tiene un notable manejo de la forma cinematográfica – algo que no es muy usual en los innumerables trabajos sobre la temática de guerra –, razón por la cual no dudamos al afirmar que es la que más nos ha deleitado entre las que hacen parte de este género. Comienza con una "extraña" secuencia, a manera de preámbulo: un personaje es abordado por la espalda en un plano medio; a través de un delicado encuadre vemos como se balancea, luego gira hacia la izquierda y nos enseña su perfil (es un hombre cercano a los 60 años), al tiempo que pronuncia unas crípticas palabras: ¿Todos ustedes están locos? ¿Locos? (...) ¿Qué juego es el que juegan? ¿Ya cavaron todo? Enseguida, en un plano general, el personaje se desplaza a través de una zona semidesértica en busca de alguien.

De pronto, aparece, en un nuevo plano, un niño de unos diez años aproximándose con paso marcial, seguro, y manifestando con un simulado tono grave de voz su oposición a las palabras del anciano. La simulación se completa con la posición ideológica que asume, pues habla de una raza superior, desprestigiando a las otras y anunciándoles que su fin ha llegado. Es claro que, el niño está ironizando la propuesta de los nazis invasores de su territorio. El viejo se aleja recordándole la advertencia. Luego el niño se encuentra con Fliora, y los dos corren, de espaldas a la cámara en un bello plano general. Es en ese momento cuando se nos da la ubicación espacio temporal: Bielorrusia 1943. Los niños continúan su tarea: cavar hasta encontrar un fusil para que les sea permitido ingresar al ejército de defensa. Al fin, Fliora lo logra pero su expresión de júbilo es rota por el sonido de un aeroplano alemán, mostrado en un sugerente contrapicado. Aquí termina el preámbulo y empiezan a desarrollarse los elementos centrales que van a configurar la historia. El corte lo determina la aparición de los créditos sobre una panorámica en la que, ahora, se acercan los niños. Éste primer segmento es revelador de la intención conceptual del director Klimov. Las palabras del viejo son un llamado a detener ese "juego" macabro que es la guerra, es una confirmación de la patológica acción que se destruye a sí misma: la guerra que nos sigue desmembrando y que aún no logramos arrancar de nuestros imaginarios.

La segunda parte inicia con el diálogo entre Fliora y su madre al interior de una casa campestre. A partir de este momento se empieza a desarrollar el dramatismo con la recriminación que la madre hace a su hijo por decidir incorporarse al ejército. El propósito del joven es invariable y parte luego de una desgarradora despedida. La llegada a la base militar es tranquila, hace un reconocimiento del lugar, hay un entrecruce de miradas con sus paisanos... Es su nueva realidad. Todos los partisanos armados se alistan para el avance en defensa de su pueblo; un canto heroico los acompaña. Fliora es dejado en la retaguardia, y al caminar por el bosque, se encuentra con Glascha, quien llora desconsoladamente – también ella, está presenciando la destrucción en la lente de sus ojos –. De pronto, el llanto que los une se transforma en estridente sonrisa; en medio del nerviosismo hay espacio para el intercambio lúdico. Una serie de planos contra planos nos exaltan la expresión de los jóvenes en su tensionante diálogo, el cual se ve truncado por un bombardeo y el descenso en paracaídas de los alemanes. No queda otra opción que echar a correr cogidos de la mano. Es el inicio de un compartir que avanza hacia la amistad en medio de la puesta en duda de todo intento relacional.

Luego viene una secuencia de excelente nivel cinematográfico: tras la huída, Fliora regresa junto con Glascha a la casa de su madre. La casa está abandonada, aunque el fogón continúa humeante. La banda sonora nos transmite un zumbido de moscas (persistente y creciente). Los cuadros desarrollan un agradable claroscuro, aprovechando la luz natural que ingresa por las ventanas. La cámara subjetiva recorre los espacios interiores, como buscando algo. Para calmar la ansiedad, Fliora se sirve un plato de sopa e invita a Glascha para que lo acompañe. De pronto, la mirada de Glascha manifiesta sorpresa, y un plano cerrado, nos muestra unas muñecas olvidadas sobre el piso de tierra de la sala. Enseguida, los jóvenes salen de la casa; a Fliora se le ocurre que, posiblemente, su madre y sus hermanas han huido para la isla cercana en medio del pantano, entonces, emprende una veloz carrera hacia allá seguido por Glascha, quien al retornar la mirada, ve sobre el costado de una casa, apilados, los cadáveres de todos los aldeanos que acaban de ser asesinados. Un desgarrado grito invade la garganta de la joven y la mirada termina de descomponerse; sin embargo, continúa tras de Fliora, quien no se percata del suceso. La cámara sigue la espalda de los personajes en sus ágiles movimientos – un notorio cambio de ritmo narrativo – y luego, registra la brutal danza de los cuerpos que se sumergen en el lodo hasta llegar a la isla, acompañados por el fondo musical de unos valses de Strauss y un abrasivo sonido ambiental.

Posteriormente, los aldeanos que han sobrevivido, se reúnen para celebrar el duelo por la muerte de sus familiares. Los dos jóvenes acompañan el ritual. Un plano medio de Fliora se encuadra hacia un primer plano, a través de un rápido zoom y nos muestra la mirada de asombro, impotencia y temor que lo acompaña, y la descomposición paulatina de su rostro. Pero la crueldad mayor que nos mostrará la película, aún está por suceder y Fliora tendrá que ser testigo de ella: los invasores nazis, apoyados por algunas traidoras autoridades locales, convencen a los partisanos para que se agrupen en una inmensa bodega, la cual cierran y le prenden fuego, al tiempo que descargan sus metrallas y granadas sobre los aldeanos inermes. De rodillas, con un arma apuntándole a su cabeza, Fliora presencia el holocausto; los jefes alemanes posan junto al joven para registrar el momento en una foto. El fondo del cuadro lo componen las llamas y el polvo.





Un sorpresivo corte nos ubica en una tercera parte. Ahora, los partisanos han recuperado su territorio y apresado a los alemanes, a quienes se les realiza un juicio popular; Fliora es el encargado de reconocer al oficial que ordenó la masacre dentro de la bodega. Los soviéticos traidores se retractan, el oficial alemán pide clemencia y el ideólogo nazi, justifica la acción diciendo que "la muerte de los niños se debía dar para arrancar de raíz las razas inferiores que promueven el comunismo". Una ráfaga implacable cubre todos los cuerpos.

La secuencia final se constituye como epílogo, reafirmando la intención conceptual del director del filme. Hay una alternancia de imágenes documentales sobre los "campos de concentración" nazis, con imágenes de Fliora disparando, por primera vez su fusil, contra un retrato de Hitler. Las tomas documentales retroceden en el tiempo (como devolviendo la historia) hasta llegar a una foto del Führer cuando aún era niño. De nuevo la mirada furiosa de Fliora se dirige hacia el cuadro y recuerda la masacre de sus paisanos, sin embargo, baja el arma y le da pausa a la cadena de la guerra. El Réquiem de Mozart es el apocalíptico fondo musical que acompaña la escena. Un ínter título nos recuerda que en esa invasión, 628 aldeas bielorrusas fueron arrasadas y quemadas con todos sus habitantes. El ejército de defensa se aleja, Fliora va tras ellos y se les une. La cámara los sigue tomando un poco de distancia para ingresar en el bosque, y en un magnífico movimiento serpenteante, abordar el pelotón desde otro ángulo. El plano final está lleno de tranquilidad y esperanza: una panorámica nos muestra el arrullo de la nieve sobre los pinos del bosque que han sido testigos de aquel horror.

Y para ratificar una vez más, que la guerra es implacable con todos sus contendientes y que quienes se atrevan a "jugar ese juego" tendrán que ver todas las expresiones del horror, transcribimos el fragmento de una carta escrita por un soldado alemán, participante en la batalla de Stalingrado (1942 - 1943): "La muerte tiene que ser siempre heroica, entusiasmante, que arrastre, que tenga una finalidad, que sea grande y convincente. En realidad, ¿qué es la muerte? Reventar, morir de hambre, de frío, un simple hecho biológico, como comer y beber. Caen como moscas y ninguno piensa en ellos, ninguno los sepulta. Yacen por todas partes a nuestro alrededor, sin brazos, sin piernas, sin ojos, con las tripas reventadas. Se tendría que hacer una película con la finalidad de impedir la más bella muerte del mundo. Una muerte bestial que un día será ennoblecida en una lápida de granito junto con los "soldados moribundos", con la cabeza o el brazo escayolados".

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