6/12/2008

Cine de poesia 2





El espejo (Zerkalo)


Uno de los directores que alcanzó un mayor punto de reflexión en torno al dispositivo cinematográfico fue el ruso Andrei Tarkovski (1932 – 1986). Con sólo siete largometrajes logró conquistar el afecto de los espectadores que buscan en el cine, algo más que una historia lógico-causal (propia del discurso narrativo).

La constante en toda la obra de Tarkovski es el manejo de un elevado tono poético que, evidentemente, rompe con la linealidad de la forma clásica narrativa. Sus preocupaciones tienen un acento totalmente intimista. Interesado en la situación de su país e impulsado por su profunda visión religiosa, logró crear obras de arte completas, en las cuales podemos entrever su amplio universo estético y su compromiso con el acto creador. En el epílogo de su libro, Esculpir en el tiempo, afirma lo siguiente: “el arte siempre ha sido un arma en la lucha del hombre contra la materia, que amenaza con devorar su espíritu (…) El arte ha dado figura a lo ideal y ha aportado así un ejemplo del equilibrio entre lo ético y lo material (…) El arte ha expresado el ansia de armonía de la persona y su disposición a luchar consigo mismo para establecer en el interior de su persona el ansiado equilibrio entre lo material y lo espiritual. Si el arte expresa lo ideal y el ansia de lo infinito, no puede servir a fines pragmáticos sin arriesgarse a perder su autonomía”.

En su cuarta película (El espejo – 1974) Tarkovski hace una catarsis para superar sus difíciles vivencias durante la niñez y la juventud. A nuestro juicio, es el trabajo más revelador de su historia, y por esa razón lo escogimos para comentarlo.

Sus otros filmes son: La infancia de Iván (1962), Andrei Rubliov (1966), Solaris (1972), Stalker (1979), Nostalgia (1983) y Sacrificio (1986).



Solo hay vida, luz y realidad



"El pensamiento es efímero, la imagen absoluta".

Andrei Tarkovsky



El espejo es la película más personal de Tarkovski, podríamos decir que le resultó necesaria su construcción para poder exorcizar todo el dolor por la incomprensión de su entorno familiar y social. Él era conciente de que estaba frente a su mayor proyecto, por eso, en los días previos al inicio del rodaje, escribía en su diario: “He empezado a sentir que estoy listo para realizar el trabajo más importante de mi vida”. En efecto, hoy en día, este es un filme de referencia obligada en los estudios de análisis cinematográfico, aunque para muchos siga pareciendo incomprensible. Pero el propósito del director no era construir una obra que no le llegara al público, por el contrario, aseguraba que “los hechos son tan simples (que) pueden ser tomados por todos como una experiencia similar a su propia vida”. Y en otro texto nos anunciaba lo siguiente: “Cuando un artista crea su imagen, está asimismo superando su pensamiento, que es una nada en comparación con la imagen del mundo captada emocionalmente, imagen que para él es una revelación. Pues el pensamiento es efímero, y la imagen, absoluta. Por eso se puede hablar de un paralelismo entre la impresión que recibe una persona espiritualmente sensible y una experiencia exclusivamente religiosa. El arte incide sobre todo en el alma de la persona y conforma su estructura espiritual”.




Aunque la trama como tal no es lo más importante, intentaremos hacer una pequeña reseña, aclarando que lo verdaderamente trascendente es la forma cómo el director logra hacer encajar imágenes documentales con poemas de su padre Arseni, con referencias plásticas, y con situaciones que evocan el recuerdo de la infancia: la frustración al lado de su madre y la nostalgia por la ausencia de su padre (éste sólo aparece como una voz en off que se dirige a su esposa).

La historia nos cuenta cómo Ignat, un soldado ruso que ha estado en la II Guerra Mundial, se debate entre el recuerdo de su paso por ese duro escenario y la necesidad de propiciarle una educación altruista a su hijo Alexéi. Para Ignat, el recuerdo de sus vivencias cuando niño en la finca de su abuelo, adquieren una trascendencia infinita, al establecer relaciones con las vivencias que ahora está experimentando su hijo: un reflejo a través del “espejo” de su propia vida que se va repitiendo en el proceso de su hijo.
Ignat también tiene una continua creencia de que ve en su esposa Marusia el reflejo de su madre Masha. El gran parecido tanto físico como anímico de las dos mujeres, le refuerzan esa creencia. Además, resulta muy similar la formación impartida por Masha a Ignat (padre) en el periodo previo a la guerra, con la que ahora imparte Marusia a Alexéi. Éste último, solamente observa, imagina, cumple los preceptos y avanza entre el temor y la inseguridad al lado de su hermana menor, quien es más alegre y menos escudriñadora. Ignat es quien cuenta la historia, pero sólo aparece al final, cuando regresa a la casa y por fin puede abrazar a sus hijos que lo aguardan expectantes.



A pesar de la dureza y la insensibilidad que le genera la guerra a sus participantes, Tarkovski escoge la figura de un militar soviético, que estuvo en la II Guerra Mundial, para que recurra a la reflexión vital y poética y se aproxime al fenómeno psico-social que se vive en su territorio y en su núcleo familiar, inmersos en una serie de conflictos… sus propios conflictos.

Tarkovski, a través de Ignat, asume el peso de la cruda realidad: la inseguridad, el dolor, la muerte, la prolongación de su ser en la formación de su hijo; y reconoce que sólo queda una puerta abierta para la liberación: la ensoñación poética. A través de la poesía expresa su interés por la creación, por la luz, por la inmortalidad del poder espiritual, retomando cuatro poemas de su padre, el poeta Arseni Tarkovski.

El filme inicia con un recuerdo de su infancia: el incendio de la cabaña de su abuelo (imagen premonitoria que lo acompañará siempre). Continúa con la visión de la guerra, el desplazamiento a la Urbe, las ausencias de su madre para trabajar en la imprenta y las angustiosas esperas que se fijaron en su psique. Sigue con la aparición de su esposa (reflejo de su madre), los continuos diálogos que tienen, su partida hacia la guerra, el deseo de regreso. Y termina con la situación de su hijo (su propio reflejo), la soledad que él vive, las imágenes que lo perturban, el “intento” educativo que lo constriñe y su temor por el futuro.

La intención del director es establecer múltiples asociaciones a través de un juego temporal que va y viene entre el recuerdo, el sueño y la imaginación. Tal como nos dice Luís Alonso García, “El espejo asume, a partir de esa imposibilidad del contar, la pureza del cine como dispositivo de la mostración. Ya no hay coartadas narrativas ni significativas, la sensación de la Imagen/ Sonido es lo único que resta”.

La primera secuencia, a manera de preámbulo, nos muestra a un joven con problemas psicológicos que le impiden hablar, consultando a una psicoterapeuta, quien logra hacer que recupere su confianza en la palabra: “Toda la vida hablarás en voz alta y con claridad”. Ese parece ser el mayor legado que Ignat quiere dejarle a su hijo, a quien le espera una sociedad impositiva, dispuesta a hacer callar con la falsa educación que, en aras de la eficiencia, no deja tiempo para pensar ni mucho menos para reconocer la naturaleza interior.

Diversas tonalidades (grises, azules, verdes) nos hacen descubrir el juego del tiempo. Pasado y presente se cruzan en el filme, y sugerentes movimientos lentos, concentran el dramatismo y le dan importancia a los detalles que enriquecen el juego simbólico. Hay unos bellos travellings laterales y hacia adelante, un suave sonido ambiental matizado por el flujo del viento y algunos sonidos exaltados (como el goteo incesante del agua).

La reflexión constante que realiza Ignat, está expresada en profundos textos poético-filosóficos que acompañan el relato y facilitan la comprensión. El llamado a la poesía es continuo. Se la muestra como una actividad que enaltece y refuerza el espíritu, más allá de compromisos netamente sociales: “el poeta está llamado a conmover el alma y no a educar unos idólatras”. El poeta es un espíritu libre que se mueve silencioso en medio del ruido imperante, que va más allá de los discursos represores de la acción creativa, que sabe que siempre puede levantar la voz para cantar los goces espirituales.

El espejo es uno de los filmes más ricos en la introspección por el complejo mundo psíquico. Tarkovski mismo nos lo confirma: “En El espejo yo no quería hablar de mí mismo, sino de los sentimientos que tengo frente a las personas que me son próximas, de mis relaciones con ellas, de mi perpetuo sentimiento hacia ellas, pero también de mi fracaso y del sentimiento de culpa que por ellas siento. Los acontecimientos que el protagonista recuerda – hasta su último detalle – en el momento de su más grave crisis, esos acontecimientos le hacen sufrir, despiertan en él nostalgia, inquietud”.

En la película, la voz en off que interpreta a Ignat corresponde a Inokento Smoktunovski, y los poemas son recitados por Arseni Tarkovski, con un fondo musical compuesto por obras de E. Artemiev, J. S. Bach, G. B. Pergolesi y H. Purcell.





Vida, vida

(Un poema de Arseni Tarkovsky)


1


No creo en el presentir, ni temo a las señales.

No huyo del veneno, ni de la calumnia.

En este mundo no hay muerte.

Todos son inmortales, todo es inmortal.

No temas a la muerte ni a los diecisiete, ni a los setenta.

Existe sólo la luz y la realidad.

No hay ni la oscuridad, ni la muerte en este mundo.

Estamos todos en la costa del mar.

Yo soy de los que van sacando redes

repletas, llenas de inmortalidad.


2


Morad en su casa para que no se derrumbe.

Puedo invocar un siglo cualquiera,

voy a entrar en él para construir una casa.

Es por eso que sus hijos y mujeres están conmigo

en la misma mesa y la mesa es del bisabuelo y del nieto.

El futuro se realiza hoy,

y si levanto ahora mi mano

los cinco rayos con ustedes quedarán.

Cada día del pasado fue entibado

a fuerza de mis clavículas y hombros.

Medí el tiempo con una cadena del agrimensor

y lo atravesé como si fuesen los Urales.


(Traducción de Enrique Turover)




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